Veinte años de
la riada

La noche que desgarró
Badajoz

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El temporal de 1997 dejó 25 muertos en Extremadura y numerosos daños, especialmente en la capital pacense donde 1.200 familias perdieron sus casas
POR TANIA AGÚNDEZ Y NATALIA REIGADAS
VÍDEO MARTA MUÑOZ | FOTOGRAFÍA PAKOPÍ, CASIMIRO MORENO Y J.V. ARNELAS

Marceliano Tinoco Romero vivía en una casa unifamiliar en la calle Alonso Cárdenas Cano en 1997, a solo unos metros de la confluencia de los arroyos Rivillas y Calamón. Estaba casado y tenía un hijo de 5 años. A la una de la madrugada del 6 de noviembre un vecino le alertó de que el nivel del agua estaba subiendo y que podía entrar en las viviendas. Decidió marcharse. Su mujer envolvió al pequeño Raúl en una manta porque tenía gripe y se dirigieron a la puerta. Al intentar abrir, el agua hacía presión al otro lado. Hizo fuerza y consiguió que cediese. Sobre ellos cayó una ola de fango que les empujó hacia atrás. Entonces pasaron los segundos más difíciles de su vida buscando al niño a oscuras debajo del agua.

Una calle del Cerro de Reyes afectada por la riada
Una calle del Cerro de Reyes afectada por la riada. María José Montero

Entre el barro y el agua se habían dispersado los muebles y los enseres de la familia, por lo que era más difícil dar con el menor. Cuando finalmente lo sacaron, vomitó el agua que había tragado y la familia decidió refugiarse en la terraza, el punto más alto de la casa. Al llegar vieron que sus vecinos también estaban en los tejados pidiendo socorro. Los pequeños arroyos que estaban acostumbrados a ver con apenas un hilo de agua se habían convertido en un torrente de lodo que golpeaba sus casas.

A las cuatro de la madrugada una zodiac se aproximó a la terraza donde estaban refugiados. Iba prácticamente llena con los vecinos que había ido recogiendo de azotea en azotea. Marceliano pidió que al menos se llevasen a su mujer y a su hijo y él permaneció solo en su tejado el resto de la noche, agarrado a unas tuberías por miedo que lo arrastrase la corriente. Vio cómo las casas de su alrededor se derrumbaban por la fuerza del agua y sintió que su vivienda vibraba bajo sus pies. La parte delantera empezó a desprenderse, pero resistió y Marceliano pudo contarlo.

Al día siguiente, HOY publicó que Extremadura estaba de luto por los 21 muertos y 4 desaparecidos de la riada. En esa portada se mostraba una fotografía de una calle destrozada y llena de barro. En medio de la imagen aparece Marceliano mirando su casa, arrasada. Veinte años después conserva el periódico. No ha olvidado ni un detalle de la noche que desgarró Badajoz. Nadie lo esperaba. Es la frase más repetida entre las víctimas de la riada que dejó sin casa a 1.200 familias en Badajoz. Eran casas bajas. Viviendas unifamiliares en su mayoría, muchas de dos plantas, y adosadas entre ellas. Algunas fueron derribadas por la crecida o quedaron dañadas, y a otras no pudieron volver por miedo a que se repitiese porque estaban en la zona de influencia de los arroyos.

La mayoría de las víctimas se ahogaron al quedar atrapadas en sus casas, 3 en Valverde de Leganés y 18 en Badajoz donde además 4 desaparecieron al ser arrastradas por el río

El temor a una crecida de esas características, sin embargo, no existía antes de la noche del 5 al 6 de noviembre de 1997. Francisco Aguilar, que vivía en la zona afectada, recuerda a un vecino que vivía a solo unos metros del arroyo Rivillas. Delante de su casa tenía colocados unos palos con marcas. Cuando el agua alcanzaba las señales, subía los muebles del bajo de su casa a la primera planta. «Solo por si acaso». Pero nadie se alarmaba. Aguilar recuerda cómo la noche de la riada había un camión en esta misma calle. «El agua lo levantó, era de una empresa de muebles, y lo lanzó contra los edificios. Nadie podía esperar eso».

Primera ola, en Valverde

Por esa razón, cuando el 5 de noviembre llovió insistentemente, los vecinos no se asustaron.

Ni en Badajoz ni en Valverde de Leganés, donde sí habían sufrido crecidas del arroyo Los Caños, pero nada parecido a lo que ocurrió esa noche. Poco antes de las once se desbordó. Se trata de un río que pasa debajo del pueblo, ya que está canalizado. Por eso la presión del agua provocó que reventasen las calles principales. El suelo se abrió y una ola atravesó el centro del pueblo. Varias casas se vinieron abajo, destruyó tiendas, empresas, arrastró coches y dio su mayor golpe en la plaza Antonio Asensio, donde murieron ahogadas tres vecinas. Una de ellas regentaba un ultramarinos y el agua la atrapó en su tienda. La segunda era una mujer joven que fue a socorrer a la tercera, una anciana que vivía sola. Ambas murieron.

Mientras tenía lugar la tragedia de Valverde, a poco más de veinte kilómetros de Badajoz, aún no habían sonado las alarmas, pero la crecida se acercaba. Pasadas las once de la noche el nivel del agua iba subiendo en el Rivillas y el Calamón (que nace cerca de Valverde). Hubo varias llamadas a los bomberos por farolas caídas y ramas rotas por el viento. A esa hora el protagonista de la noche era el Real Madrid, que había empatado a cero contra el Olimpyakos en el partido de la Champions. Ese encuentro tuvo lugar en Atenas, pero salvó vidas en Badajoz. Hizo que ese miércoles los residentes del Cerro de Reyes, Antonio Domínguez y Pardaleras se acostasen más tarde de lo normal, por lo que la crecida no atrapó a tantos vecinos dormidos.

Gabriel Montero en su nueva casa
Gabriel Montero en su nueva casa. CASIMIRO MORENO

Gabriel Montero Solís recuerda muy bien el partido porque trabajaba en el bar Arco Iris y estaba atendiendo a los clientes que se reunieron para ver al Real Madrid. En torno a las 12 de la noche se dispuso a cerrar el local y bromeó con lo más rezagados. «Recuerdo que les dije que se dieran prisa en llegar a casa o que el agua acabaría subiendo tanto que no les dejaría cruzar los puentes. El río ya iba con fuerza. Salpicaba».

Ignorando lo que pasaría después, Gabriel se fue a su casa, que estaba un poco más arriba. Una hora más tarde un vecino le alertó sobre las mascotas que tenía en el garaje: «¡Que se te ahogan los perros!», le gritó. Cuando Gabriel salió de su vivienda, los arroyos ya se habían desbordado. Desde su puerta, en lo alto de la calle, pudo ver que el bar prácticamente había desaparecido bajo la avalancha.

Daños producidos por la riada en el arroyo Calamón.HOY | J.V. ARNELAS

La fuerza de la riada rompió la puerta del garaje de este vecino de Antonio Domínguez y los animales que solían dormir allí salieron nadando. Cuatro de los cinco perros se dirigieron a la parte más elevada de la vía, hasta donde llegaron buscando la furgoneta de Gabriel. El quinto se ahogó. Sin embargo la odisea de Gabriel esa noche solo acababa de empezar, como para cientos de pacenses.

Momento crítico

Pasadas las dos de la mañana llegó el momento crítico. Una ola golpeó Badajoz y el Rivillas comenzó a pasar cuatro metros por encima de los puentes. Los servicios de emergencias ya estaban en la zona, alertados porque el agua comenzaba a entrar en las casas. En ese momento arrancó una carrera contrarreloj para tratar de sacar a los vecinos de las viviendas o rescatar a los que se quedaron atrapados, muchos de ellos en las azoteas. Una de las primeras imágenes que dejó la riada fue la de un coche de la Policía Local. Estaba en el puente sobre la autopista y fue arrastrado por la ola con las luces puestas. Fue arrancado del suelo como si no pesase junto a otros vehículos.

La violencia con la que avanzó el agua arrastró todo tipo de objetos. Papeleras, farolas, árboles, pretiles de puentes, contenedores y hasta derribó viviendas. La pasarela peatonal que había junto a la Plaza de Toros de Badajoz quedó destrozada.

Pedro Guiberteau es policía local en Badajoz y estuvo de guardia esa noche. Dice que sus compañeros han hablado muchas veces de esa noche. Hay una historia que se repite. Tras la ola, dos municipales observaron a tres personas que pedían auxilio en el tejado de una casa ubicada en la confluencia del Rivillas y el Calamón. «Pidieron una cuerda, porque la vivienda no estaba muy separada del puente, para lanzarla y atar al menos a las personas y aguantarlas. Cuando volvieron del camión con la cuerda, esas personas ya habían desaparecido».

Carretera de Circunvalación. SANTI RODRÍGUEZ | J.V. ARNELAS

La mayoría de las víctimas se concentraron en el cauce del Calamón y en la confluencia de los arroyos. Solo en ese punto, en torno al puente de la autopista, donde el agua golpeó con más violencia, murieron once personas en cuatro viviendas distintas. El agua llegó tan rápido que les atrapó en sus casas. Otros casos fueron más trágicos. El de Ana María Carretero, de siete años, que fue arrastrada por la corriente cuando se refugiaba con su familia en lo alto de una furgoneta. Una madre y su hija fallecieron atrapadas en su casa en la carretera de Sevilla. Gritaron y acudieron a auxiliarlas, pero los cerrojos no se abrían y no fueron capaces de derribar la puerta. Sus vecinos escucharon impotentes cómo se ahogaron.

Fueron los momentos más trágicos, pero las fuerzas de seguridad evitaron que hubiese más víctimas. Los bomberos, por ejemplo, extendieron una escala para rescatar a un hombre que se agarraba a una valla, junto al colegio Juventud, para no ser arrastrado por la crecida. A otras dos personas las salvaron de dos árboles a los que se habían subido junto al Puente de San Roque.

Sin embargo, la mayoría de los afectados estaban en las azoteas y la única forma de acceder a ellos era en barca. Solo la Cruz Roja contaba con una zodiac y fueron dos de sus trabajadores, un patrón de embarcación y un socorrista, los que pasaron la noche yendo de tejado en tejado. Sacaron a más de 400 personas. Es el caso de la mujer y el hijo de Marceliano. Él, por suerte, logró aguantar en su terraza toda la noche.

«Pasé muchísimo miedo. Me quedé sin fuerzas. Estaba empapado y con frío. Aproximadamente media hora después de que se llevaran a mi mujer y a mi niño noté unos movimientos raros en mi casa. La vivienda estaba empezando a vibrar porque la corriente del agua la estaba destrozando. Aquello fue tremendo. Aquel sonido y la sensación de inseguridad que sentí entonces fue estremecedora», confiesa.

Marceliano posa con la portada del HOY en la que salió
Marceliano posa con la portada del HOY en la que salió. PAKOPÍ

Mientras Marceliano Tinoco aguantaba en su tejado, Gabriel Montero vivió su propia odisea. Tras ver cómo uno de sus perros de ahogaba, descubrió algo aún más terrorífico, su hija embarazada se había quedado atrapada. La mujer, que vivía en una segunda planta justo encima del bar que había quedado inundado, se asomó a la ventana para pedir ayuda. La riada había tapado el negocio de su padre y seguía subiendo de nivel. La calle se había convertido en un río.

La joven se encontraba sola en casa porque su marido estaba trabajando. «Ya no podía salir por la puerta principal y me llamaba desde una de las ventanas, donde veía cómo el agua seguía subiendo. Fue algo muy angustioso para ella, así que, ¿qué iba a hacer yo? Tenía que ir a por ella, no podía dejarla allí sola», recuerda su progenitor.

Gabriel fue saltando por los tejados de los edificios que le separaban de la casa de su hija. Lo hizo completamente a oscuras, no había luz porque la electricidad quedó cortada debido al temporal. «Entre una azotea y otra había un metro y medio de distancia, pero no podía quedarme allí sin hacer nada», relata.

Una vez que estuvieron juntos, la tranquilizó e hicieron el recorrido contrario de nuevo por los tejados hasta llegar a la parte más alta de la calle. Allí esperaron, junto a varios vecinos, a que todo se calmara. «Fue una noche larguísima y espantosa. En medio de la noche solo percibía la forma de árboles arrastrados por la corriente y coches botando unos encima de otros sobre el agua», explica Gabriel.

Escenas de destrucción

Escenas así se repetían en distintos puntos de la ciudad. Desde la calle en la que estaban Gabriel y su hija se veían las casas de enfrente, al otro lado del Calamón, cuyas viviendas pertenecían a la barriada del Cerro de Reyes. «La corriente fue destruyendo todo lo que estaba en la calle. Justo delante de nosotros tiró varias viviendas que destruyó como si fuera un castillo de naipes. Vimos, incluso, cómo una de las familias con niños que vivía en esos inmuebles se subió al tejado y fue saltando por las azoteas, como lo hice yo, hasta que llegó a un edificio más consistente. Así pudieron salvarse. Al amanecer, cuando el nivel del agua bajó y comprobamos que cruzar ya era seguro, pudimos acercarnos para ayudarles», cuenta.

Puente de la autopista. HOY | J.V. ARNELAS

Con la luz del día parecía que la pesadilla había acabado porque el nivel bajó y los atrapados pudieron ponerse a salvo. Sin embargo se confirmaron los peores pronósticos, había muertos. Los bomberos fueron casa por casa preguntando a los pacenses si echaban a alguien de menos. Cuando los afectados les confirmaban que no sabían nada de sus vecinos, entraban. Encontraron 18 personas fallecidas en siete casas. El caso más dramático fue el de cinco miembros de una misma familia que se ahogaron en su vivienda, en la confluencia de los arroyos. Se refugiaron en la habitación del fondo, pero el nivel del agua subió hasta el techo. Los bomberos también encontraron a una madre y su hija que habían hecho las maletas, pero que, cuando fueron a salir, no pudieron y también se ahogaron dentro de su vivienda.

A los tres fallecidos en Valverde de Leganés y los 18 de Badajoz había que sumar otros cuatro desaparecidos que fueron arrastrados por la corriente, por lo que no se esperaba encontrarlos con vida. Las labores de búsqueda fueron intensas durante mes y medio. Más de 600 efectivos rastrearon el Rivillas y el Calamón, así como el Guadiana hasta la frontera con Portugal y cinco kilómetros aguas abajo en el país vecino. Dos de los hombres desaparecidos fueron encontrados una semana después de la tragedia, uno de ellos en el azud de Badajoz y el otro en Olivenza. Su cuerpo había sido arrastrado 23 kilómetros. Una semana después fue localizado el cadáver de Ana María, la niña de siete años que fue arrastrada por el agua cuando estaba en el techo de un coche. Antonia Herrero, de 73 años, nunca apareció.

Imagen del puente de Palmas desde la margen izquierda del río Guadiana durante las labores de búsqueda de los desaparecidos durante la riada (izquierda). Estado actual de la orilla (derecha) SANTI RODRÍGUEZ | J.V.ARNELAS

Badajoz, Extremadura y España no dejaron solos a los afectados. El 7 de noviembre se celebró un funeral en La Granadilla ante 10.000 personas. Estuvo presidido por el entonces príncipe de Asturias, Felipe de Borbón. Iba acompañado del presidente del Gobierno, José María Aznar, el presidente del Senado, Juan Ignacio Barrero, el presidente de la Junta, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, el delegado del Gobierno en Extremadura, Oscar Baselga y el alcalde de Badajoz, Miguel Celdrán.

La avalancha de solidaridad desbordó la ciudad. Cientos de personas se colocaron unas botas de agua y acudieron a limpiar barro. El Hospital Perpetuo Socorro, que acogió a los afectados en su residencia, tuvo que habilitar un almacén para poder guardar las donaciones. Ropa, comida, enseres... Un ejemplo describe muy bien la generosidad que demostró Badajoz esos días. El HOY contó la historia de una niña del Cerro de Reyes que estaba alojada en la residencia para los afectados y que lloraba por haber perdido sus libros para ir al colegio. Al día siguiente le regalaron el material escolar que necesitaba.

El gesto que más recuerdan los pacenses fue el del Real Madrid. El equipo vino el 18 de noviembre a Badajoz para jugar un partido de fútbol con una selección extremeña. Fue el último partido en el Viejo Vivero y se invitó a los niños de los barrios afectados que vibraron ante la presencia de Suker, Roberto Carlos, Morientes o Sanchís. Se recaudaron 100 millones de pesetas (600.000 euros). En total, en solo un mes, se reunieron 1.200 millones de pesetas en donativos (7 millones euros).

¿Por qué no se evacuó?

También hubo reacciones de indignación. En la primera visita que realizaron los políticos a la zona les gritaron por no evacuar la zona antes ¿Por qué no se hizo? La respuesta es compleja. El entonces delegado del Gobierno en Extremadura pidió al día siguiente que no se exigiesen responsabilidades. «Porque lo que ocurrió era imprevisible». Baselga indicó que nadie pudo pensar que la riada fuese tan grande.

Lo que ocurrió, sin embargo, fue un antes y un después y no solo para Badajoz. La inundación de la capital pacense y otra crecida posterior que dejó 11 víctimas en Melilla reabrieron el debate sobre este tipo de catástrofes y finalmente la Ley el Suelo cambió y se prohibió mantener edificios en zonas de alto riesgo de inundación.

Además de las 25 víctimas mortales, Extremadura sufrió daños en una sola noche por valor de 20.000 millones de pesetas (120 millones de euros). Aparte de subsanar los desperfectos, se invirtió para cambiar por completo Badajoz. En veinte años se han invertido más de 100 millones de euros para expropiar las casas cercanas a los cauces y demolerlas, para construir viviendas para realojar a los afectados y para convertir los arroyos Rivillas y Calamón en parques. Ahora, al pasear por la zona, resulta difícil creer lo que ocurrió porque el caudal vuelve a ser un hilo. Badajoz, sin embargo, nunca volverá a subestimarlos.

Los fallecidos 26, 27 y 28 de la riada de Badajoz

La riada dejó 22 fallecidos en Badajoz y 3 en Valverde de Leganés, pero hay otras tres muertes relacionadas con esta tragedia. Un vecino murió de un infarto en medio de la psicosis producida porque se produjese una nueva riada, una anciana evacuada la noche de la crecida no pudo recuperarse y una voluntaria que ayudaba en las tareas de limpieza resultó atropellada mortalmente. Son las víctimas 26, 27 y 28.

Tras la riada llegaron días en los que el pánico y la psicosis se adueñaron de los vecinos de las zonas afectadas, principalmente en la ciudad de Badajoz. La angustia que había generado el temporal la noche del 5 al 6 de noviembre, junto con el miedo y la incertidumbre de que aquella desgracia pudiera repetirse, dio paso a falsos rumores acerca de otra posible crecida de los arroyos Rivillas y Calamón.

Durante las jornadas posteriores a la catástrofe, las falsas noticias sobre que otra avalancha de agua provocaría nuevos daños en Badajoz se extendieron como la pólvora. Hubo rumores infundados de que las presas de Villar del Rey, Montijo y Nogales estaban a punto de romperse, produciendo un nuevo desbordamiento de los ríos y arroyos. Muchos vecinos incluso abandonaron sus viviendas y se fueron a zonas más seguras con la intención de ponerse a salvo. Huían despavoridos ante la posibilidad de ser golpeados de nuevo por la tragedia.

Voluntarios trabajando en el Cerro de Reyes tras la riada
Voluntarios trabajando en el Cerro de Reyes tras la riada. santi rodríguez

Ante tal desconcierto, la Policía Local se vio obligada a recorrer el barrio del Cerro Reyes, así como otras áreas de la localidad, para calmar a la población. Megáfono en mano, los agentes iban tranquilizando a la gente que aún continuaba con el susto en el cuerpo. Tanto la Delegación del Gobierno como el entonces alcalde de la ciudad, Miguel Celdrán, pidieron la colaboración de los medios de comunicación para poder desmentir las falsas noticias. Así, las televisiones, las radios y los periódicos, como este diario, aclararon que solo se trataba de rumores.

Sin embargo, estos mensajes de tranquilidad no fueron suficientes y el sábado día 8, una vecina del Cerro de Reyes, de 44 años, murió de un infarto después de que se desatasen las falsas alarmas. La tromba de agua de la madrugada del día 6 de noviembre se cobraba una nueva vida de manera indirecta.

Hubo un fallecido pero fueron muchos más los que tuvieron que ser atendidos por médicos. Gran parte de la población continuaba en 'shock' por miedo a que tuvieran que enfrentarse a otra crecida de los cauces del Rivillas y el Calamón.

Otro vecino de Olivenza de 41 años sufrió un ataque al corazón. Tenía familiares en el Cerro de Reyes y se angustió al enfrentarse a la idea de que aquella catástrofe pudiera volver a repetirse. El hombre tuvo que ser ingresado en el Hospital Infanta Cristina, donde pudo recuperarse. Al mismo complejo hospitalario llegaron otros afectados por varios ataques desencadenados por el mismo motivo. Hasta cinco personas fueron atendidas en urgencias por problemas cardiológicos de diversa consideración y alrededor de una decena fueron asistidas por crisis de ansiedad. Después de la riada, nadie podía volver a dormir tranquilo. Tras la pesadilla que se había vivido, para muchos fue difícil recuperar la sensación de seguridad.

Una mujer evacuada de la riada entra en el hospital
Una mujer evacuada de la riada entra en el hospitalroque Alonso

Las desgracias no terminaron ahí, ya que ese mismo sábado, día 8, murió también María Romero Rayos, otra vecina de 70 años del Cerro de Reyes que fue ingresada la noche de la riada tras ser evacuada de su casa. La vivienda quedó totalmente inundada y fueron su marido y sus hijos los que la sacaron de allí. Su delicado estado de salud no pudo aguantar toda la situación que sobrevino esa fatídica noche. Esta anciana se convirtió en otra víctima indirecta de la catástrofe, como también le ocurrió a María Teresa Tinoco Cedeño. Esta joven pacense de 34 años perdió la vida el 13 de noviembre de 1997, una semana después del temporal, al ser atropellada por un coche mientras participaba en las labores de limpieza y reparación en una de las zonas afectadas por la riada.

Esta mujer, vecina de Badajoz, formaba parte de una brigada de obras. Su cometido consistía en regular el tráfico en parte de la carretera N-432 (Badajoz-Granada) mientras se arreglaba la vía, que quedó muy deteriorada. La voluntaria, que llevaba en sus manos las señales de ‘Stop’ y ‘Paso’, fue arrollada por un vehículo en el kilómetro 13,300 y murió a consecuencia de las heridas. Icono fin de sección

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