«Trepé dos plantas embarazada y aguanté en el tejado para salvarme»
Adela García Martins
Vecina del Cerro de Reyes afectada por la riada
Adela García Martins tiene 42 años, está casada y tiene dos hijos. El 5 de noviembre de 1997, con 22 años y embarazada de tres meses, se acostó temprano. Vivía con José, su marido, en una casita baja de la calle Girasol. Ella estaba acatarrada y él cansado, así que a las diez de la noche ya estaban prácticamente dormidos. Horas más tarde los gritos del hijo de su vecina les sobresaltaron. «Vámonos, por favor, vámonos», escucharon junto con un fuerte portazo y el motor de un coche que arrancaba.
Adela decidió levantarse para ver qué le pasaba, y al ponerse de pie, notó que había agua en el suelo de su habitación. «Tengo los pies mojados. Tenemos agua», informó con urgencia a Jose. Cuando se asomaron al exterior, la situación era impactante. «Ya no había calle. Los arroyos se habían desbordado y solo veía río». Sin saber muy bien qué hacer ni qué podía ocurrir, decidieron subir a la terraza porque ya no había manera de salir de su vivienda. El agua les llegaba por la cintura. «Estábamos cogiendo algunas cosas cuando la puerta principal se rompió y se abrió de golpe. Empezó a entrar agua, lodo y mucha porquería. Fue cuando salimos corriendo».
«Nos dormimos y horas después escuché gritos, me levanté y había agua en el suelo de mi habitación»
La pesadilla de Adela se repitió en cientos de casas de Badajoz. La tromba de agua se llevó por delante la vida de 25 personas, pero pudo haber muchas más víctimas. La riada se produjo cuando muchos dormían. La crecida del cauce sorprendió a los vecinos en medio de la oscuridad de una noche que poco después pasó a ser la más trágica para los pacenses.
Quienes tuvieron margen para reaccionar salieron de sus hogares a tiempo y pudieron ponerse a salvo fuera de la zona inundada en la parte más elevada del Cerro de Reyes. Pero hubo muchas familias que se vieron acorraladas en sus casas por el agua y no tuvieron posibilidad de escapar. Cuando salir a la calle era demasiado peligroso porque el nivel del río ya era demasiado alto y corría con demasiada fuerza, muchos vecinos del Cerro pudieron sobrevivir trepando hasta los tejados de los inmuebles. Algunos, incluso, se vieron obligados a subir varias alturas porque la corriente llegó a tapar y fluir por encima de las azoteas. Allí permanecieron durante horas, sin luz y sin manera de poder comunicarse con alguien que les ayudara. Quedaron aislados, lo que hizo muy difícil su evacuación. En medio de aquel terrible temporal se convirtieron en testigos de una de las mayores catástrofes que ha vivido Badajoz.

Adela y su marido permanecieron en el balcón superior intentando ver qué ocurría, si todo había sido un simple susto, pero en diez minutos el torrente de agua se tragó su hogar. El cauce creció tanto que cubrió por completo su inmueble. Rompió puertas, dañó paredes y reventó el techo. «Oíamos cómo se resquebrajaba la casa por dentro y al asomarnos vimos que la gran avenida de agua había alcanzado la terraza en la que estábamos».
El sonido del río
El sonido que originaba el río les acompañó toda la noche y se les quedó grabado para siempre. La furia de la riada arrastró coches, farolas, animales, pretiles de puentes, árboles, techos y contenedores que golpeaban a su vez con otros elementos que se iban encontrando a su paso. «Era un ruido espeluznante. Muy desagradable. Era el agua destrozándolo todo. Reconozco que yo pensé que de ahí no salía con vida. Le dije a mi marido que si nos cogía yo me ahogaría porque no sabía nadar y fue cuando me dijo: Es que en este agua no se puede nadar».
Angustiados y a pesar de estar embarazada, optaron por continuar subiendo y treparon hasta el tejado de la casa contigua, que tenía dos plantas. «Escalamos por una pared lisa de más de dos metros y medio sin tener donde agarrarnos. Todavía no sé cómo lo conseguimos. Nos ayudamos de una escalera que teníamos y mi marido subió. Desde el último peldaño pegó un salto y pudo agarrarse a la cornisa. Una vez arriba me sujetó a mí por los brazos y me puso a salvo».
La incertidumbre se convirtió en temor cuando este matrimonio empezó a escuchar gritos de desesperación, gente pidiendo auxilio y helicópteros pasando sobre la zona afectada. «Nos dimos cuenta que todo iba a peor, así que nuestro objetivo fue seguir buscando un punto más alto al que poder llegar. Hoy en día doy gracias a que estaba embarazada y no había tenido al niño, porque si hubiera tenido que hacer todo aquello con un bebé hubiera sido imposible».
Así, subieron una altura más y llegaron a la casa de atrás que tenía tres plantas. «Me acuerdo que en ese momento se desprendió de una vivienda una placa de uralita que le pasó a mi marido rozando la cabeza. Fue horrible. Ahí ya dijimos: ‘que sea lo que Dios quiera’».
Estando en esa azotea se asomaron para ver por dónde iba el nivel del río y fue cuando vieron a una señora en una ventana. Se trataba de la dueña del edificio en el que estaban. «Cuando nos vio abrió la puerta para que pudiéramos entrar en su casa. Allí nos reunimos con otras seis familias que habían llegado buscando también cobijo».
El pánico ya era real. El tiempo pasaba demasiado lento y todos temían lo peor. La gente a la que se unió se preguntaba dónde estarían otros familiares, si habrían conseguido salir y ponerse a salvo. Los niños que habían llegado con sus padres lloraban asustados. «No sabíamos cómo explicar a los más pequeños qué estaba pasando. Me acuerdo de una niña que lloraba porque no podría ir al colegio al día siguiente ya que había dejado los libros en casa. Era mucha la incertidumbre que sentíamos. La duda era hasta dónde llegaría el agua. No sabíamos qué podía pasar».

Adela y su marido pasaron muchas horas en silencio. Habían conseguido sobrevivir, pero no sabían qué se iban a encontrar después de aquella catástrofe. «Estaba preocupada. No sabíamos qué iba a pasar».
Cuando vieron que el cauce había descendido, sobre las 7 de la mañana del día 6, varios hombres optaron por bajar a la calle para averiguar si era seguro volver a sus hogares. «Mi marido fue con ellos. Se acercó a nuestra vivienda para comprobar cómo estaba y cuando regresó me dijo que ya no había nada». Lo que vio era desolador. El barro se había mezclado con todos sus enseres. El lodo les llegaba por las rodillas.
«Al día siguiente mi marido fue a ver la casa y al volver me dijo que ya no había nada»
Muchos muebles que estaban en la entrada de la vivienda aparecieron en las habitaciones del fondo y otros no los encontraron nunca porque los arrastró el río. Una moto, que estaba aparcada en la calle, apareció en el patio de su casa. El agua superó en aquella zona los tres metros de altura y todo quedó destruido. «En ese momento y después de la noche que habíamos pasado no nos dio tiempo a pensar en el daño que habíamos sufrido. Afortunadamente, siete meses después tuve un niño precioso y pude recuperar mi vida».
Buscando víctimas
El miedo y la impotencia dieron paso a la tristeza y el dolor. Los damnificados empezaron a hacer recuento de las pérdidas humanas y materiales los días posteriores a aquella tromba de agua. Era hora de hacer frente a las consecuencias de la catástrofe. «Se me quedó grabado el momento en que el ejército y los bomberos fueron preguntando por las calles si echábamos de menos a algún familiar o vecino. Si alguien no había sido visto era cuando accedían a sus casas para ver si habían quedado atrapados. Así encontraron a muchos fallecidos. Eso fue lo más duro. Lo material se puede recuperar casi todo, las vidas no».
Más allá de la historia de cada vecino, Adela lamenta con pena que aquella riada acabó con todo un barrio. «Nosotros nos habíamos instalado hacía poco, pero había gente que llevaba allí toda su vida. Más que un vecindario era una gran familia
y todo eso se perdió cuando se produjeron los realojos y quedamos dispersados. El Cerro de Reyes quedó roto».