«A mi marido lo mató la riada por la tristeza de no volver a su casa»

Amparo Díaz

Vecina del Cerro de Reyes afectada por la riada

Amparo Díaz cumplirá 102 años en enero. Le hace ilusión. Reside en una de las viviendas de Pardaleras que se construyeron para realojar a los afectados por la riada. Le gusta, es grande y tiene un patio lleno de plantas que cuida con mucho mimo. «Pero no es como la casa que tenía antes, que la montamos nosotros mismos». En el salón las paredes y las estanterías están llenas de fotografías de sus hijos y nietos. Todas son de los últimos 20 años. Los recuerdos de sus primeros 81 años de vida se perdieron. Todo quedó destrozado la noche del 5 al 6 de noviembre de 1997.

La familia de Amparo se salvó, según reconoce ella misma, porque una de sus hijas tenía un bar y llegó tarde de trabajar. Sus nietos y su marido ya estaban acostados. Al llegar su hija, se acostó, pero su yerno se quedó en la mesa camilla del salón y empezó a escuchar golpes y gritos. Eran los vecinos abandonando sus casas.

«Mi marido no dejaba de ir a ver la casa (destrozada). Creía que íbamos a volver. Y yo siento que debido a eso enfermó y murió»
Amparo Díaz

«Avisó a mi hija y me dijo que nos íbamos. Yo dije: pero bueno, si aquí nunca ha entrado el agua, pero me quité el camisón, me puse una bata, cogimos a los niños con los pijamas y nos marchamos». Pasados unos minutos, sin embargo, Amparo regresó a su vivienda. «Volví porque me había dejado el dinero que había cobrado mi marido ese mismo día. Me dijeron que lo dejase, pero no quise». Fue arriesgado. Algunos vecinos del Cerro recuerdan que varios residentes volvieron a sus viviendas, también para intentar salvar algunas de sus propiedades mientras subía el agua, y finalmente quedaron atrapados por la crecida. Amparo Díaz recuerda el último recado que hizo en su casa. Y fue la última vez que la vio.

«Un rato después mi marido quería volver para ver hasta donde había llegado el nivel del agua, pero mi yerno no lo dejó. Menos mal», añade. Una vecina suya, recuerda Amparo, estuvo a punto de morir. Cuando intentó salir, la puerta ya no abría por el agua. Tuvo que saltar por su patio a la finca de otro vecino y al caer se hizo daño con unos cristales y ladrillos que había preparados para una reparación. «Todavía está penando por eso».

Amparo Díaz cuenta su historia en el salón de su nueva casa. PAKOPÍ

Finalmente la familia de Amparo se refugió en Valdepasillas, en otra casa. Recuerda que la luz se fue y los niños, de los nervios, comenzaron a vomitar: «Fue una noche horrorosa». Lo peor para ellos, sin embargo, llegó al día siguiente. Su marido y sus hijos fueron a ver la casa, ella no quiso, y se cumplieron los peores pronósticos. No había nada que se pudiese salvar. Filo Ramos, hija de Amparo, recuerda que el frigorífico salió de la cocina y atravesó la casa. No se imagina cómo. Tampoco entiende cómo apareció una bombona en la terraza del segundo piso. Todo estaba arrasado.

Amparo en la puerta de su casa para realojados de la riada con su hijo. PAKOPÍ

«Mi marido se puso malo», rememora Amparo. «Él no dejaba de ir a ver la casa. Pensaba que íbamos a volver. Yo no volví. No he vuelto nunca más, pero mi marido iba y volvía y volvía y debido a eso enfermó y murió el pobre». «Yo le decía que a ninguno nos había pasado nada, que era lo importante, que habíamos salido».

Su piso actual le gusta mucho, pero entiende la tristeza de su marido. «Cada vez que podía, traía algo. Unos azulejos, por ejemplo, e iba arreglándo cosas. Había hecho nuestra casa con mucho trabajo y era distinto. El cariño que le tienes no puedes comparar».

«Lo que se me quedó grabado fue la imagen de Fátima que la tenía colgada en el rincón de la habitación, en una capillina y eso quedó allí», dice Amparo y se emociona. Icono fin de sección