«Rescatamos de las azoteas a más de 400 personas»
Manuel Bernal, José Antonio Jiménez ‘Epi’ y Pedro Guiberteau
El patrón de la zodiac de Cruz Roja, un bombero y un policía recuerdan la noche de la riada del 97
La noche del 5 al 6 de noviembre de 1997 se ahogaron en Badajoz 22 personas. La riada dejó un balance trágico, pero muchos reconocen que pudo ser peor. La actuación de los cuerpos de seguridad, que trabajaron en unas condiciones muy difíciles, salvó muchas vidas.
HOY homenajea a todos los que se arriesgaron esa noche con el testimonio de tres héroes que no quieren ser llamados héroes. Manuel Bernal, que se jugó la vida llevando la zodiac de la Cruz Roja para rescatar a cientos de personas de los tejados, José Antonio Jiménez ‘Epi’, que realizó la difícil tarea de llevar la centralita de teléfonos de los bomberos y trabajar en la búsqueda de desaparecidos, y Pedro Guiberteau, uno de los policías locales que se quedaron atrapados en el Cerro de Reyes durante la crecida de los arroyos.
El primer nombre de los muchos héroes que hubo esa noche es el de Manuel Bernal Medina. Unos 400 vecinos de Badajoz le deben la vida y quizá le recuerden como el patrón de la embarcación que les recogió cuando estaban atrapados en las azoteas de sus casas viendo cómo subía el nivel del agua.
No era corriente encontrar en Badajoz un patrón de embarcación, pero Manolo entró en Cruz Roja de adolescente y decidió sacarse el título en un curso para el que tuvo que desplazarse a Valencia. Antes de esa noche ya había utilizado la zodiac en algunas emergencias. Buscó a unos jóvenes que se ahogaron en Palomas en el 89 y ayudó en algunas crecidas del Guadiana. «Pero como aquella noche nunca», añade.

Entonces era habitual que movilizasen la barca de la Cruz Roja porque aún no había un equipo de salvamento de la Guardia Civil en Badajoz. Debía desplazarse desde Sevilla. El día de la riada solo Cruz Roja contaba con una zodiac. Los bomberos intentaron también utilizar una embarcación, pero la fuerza del agua la arrastró.
El 5 de noviembre Manuel Bernal salía de una reunión en Cruz Roja cuando entró un aviso de Táliga. Había una familia atrapada, pero cuando llegaron a Olivenza no pudieron pasar porque las carreteras ya estaban cortadas. Acudieron a Valverde de Leganés, donde la riada ya había pasado, y finalmente volvieron a Badajoz, «en el momento de mayor subida del agua». El patrón de embarcación recuerda la ola al llegar al puente de la autopista. «Vi cómo se llevaba un coche de la Policía Local con las luces puestas».

Metieron la barca al agua y empezaron a rescatar gente atrapada en las azoteas. Se habían refugiado en las zonas más altas de las casas huyendo de la inundación. Solo iban el patrón y un socorrista para tener el mayor espacio posible y en cada viaje podían cargar a unas 20 personas. Poco después de comenzar sufrieron el mayor percance de la noche.
«Metimos el motor por primera vez y nos dimos cuenta de que no podíamos usarlo porque la cola nos daba abajo con los coches que estaban sumergidos y la fuerza del río era demasiada. Al poner el motor, la barca casi se introduce en uno de los ojos del puente, que ahora ya están tapados. Si llegamos a entrar, nos hubiese tragado». El compañero de Manuel logró agarrarse a unos cables de tensión y por suerte ya no había corriente eléctrica, por lo que pudieron salvarse.
Quitaron el motor y siguieron trabajando. Iban calle por calle recogiendo vecinos y llevándolos a la orilla. «Hubo gente que tenía muchísimo miedo, pánico. Personas mayores a las que les costaba moverse y era complicado pasar de una azotea a una barca en movimiento», recuerda Bernal, al que se le quedó grabado un momento. «Había un hombre que, cada vez que terminábamos una calle, venía y decía: ¿cuando venís a mi calle? Que mi mujer está atrapada. Finalmente fuimos, nos dijo que su mujer estaba en el número 14, bajamos con la barca y al llegar al número 25 ya solo había río, habían desaparecido todas las casas y el hombre repetía: mi mujer está ahí. Se dio cuenta de lo que pasaba, se hundió psicológicamente y yo también entendí que había fallecidos».
Siguieron sin descanso hasta que se hizo de día. Ya por la mañana, en el Parque de la Legión, encontraron a un vecino agarrado a un pino. Había logrado trepar para esquivar la riada y llevaba horas en el árbol. «Del miedo que tenía no quería bajarse. Tuvimos que meter la zodiac en una balsa porque tenía pánico. Estaba en su coche cuando pasó la ola, el agua arrastró su vehículo y él consiguió salir y subir al árbol».
Manuel no paró. Pronto llegaron barcas y refuerzos de toda España, pero él continuó con la zodiac participando en la búsqueda de desaparecidos. 20 años después aún se acuerda cuando se acerca la fecha. «También cuando llueve fuerte o ves una riada en la televisión. Recuerdas ese color de agua y el sonido que hacía».
La peor llamada
A José Antonio Jiménez González, más conocido como Epi, lo llamaron a las once de la noche para que se incorporase al servicio porque estaba subiendo el agua. Tenía una niña pequeña y le dijo a su mujer que volvería en un rato, que seguro que no era nada importante, que no tardaría. No regresó a casa hasta cinco días después. Este bombero pacense, que suma 32 años de servicio, tuvo la difícil tarea esa noche de contestar las llamadas desesperadas de los afectados. Al día siguiente comenzó a coordinar los equipos de búsqueda de los desaparecidos.

Epi llegó a la central y el teléfono comenzó a sonar constantemente. «Fue un sinvivir, todo el mundo llamando pidiendo socorro, auxilio. Hubo un momento en que tuve que descolgar todos los teléfonos para parar porque no podía más. Solo parar un momento». «Fue duro. Había gente que me reconocía la voz y decía: Epi, por favor ¿qué hacemos? Pero yo en ese momento estaba organizando sin saber lo que estaba pasando, lo grave que era».
La peor llamada llegó de una mujer mayor. Cuando este bombero la recuerda, se emociona. «Hijo mío, decía, está subiendo el agua y no sé qué hacer porque no puedo salir de casa. Le dije que se subiese a la terraza y me dijo que no tenía. La tranquilicé, le dije que bajaría, que seguro que era una subida sin importancia. Me dijo que el agua seguía subiendo y que no tenía donde ir. Le contesté que subiese a una mesita y ya no sé más. No se qué fue de esa mujer».
Al día siguiente este bombero pasó por uno de los peores trances: tuvo que ir a localizar cadáveres. Recuerda una casa, en la confluencia del Rivillas y el Calamón, donde encontraron cinco personas de la misma familia ahogados. «Estaban refugiadas en una habitación al fondo, pero el agua subió hasta el techo». Tampoco ha olvidado a una madre y su hija a las que encontró dentro de casa. Habían hecho las maletas y al intentar salir ya no pudieron.
«Igual que todo el mundo que trabaja en las emergencias, te pones una coraza. Fue duro porque no te lo esperabas. Siempre subía el agua, pero no así. Nadie lo esperaba. La sensación fue de impotencia».
Siete policías atrapados
Pedro Guiberteau Galán entró a trabajar al anochecer el 5 de noviembre. Era un turno de noche entre semana y hacía frío, así que esperaba que fuese tranquilo. «Pero no lo fue», añade este policía local que tenía entonces 35 años y llevaba ya once en el cuerpo. «La noche comenzó movidita desde el principio». En cuanto entraron de turno, los locales comenzaron a atender avisos por los problemas que provocó el viento. Tiró árboles y farolas.
Decidieron patrullar el Cerro de Reyes y la Dehesilla de Calamón porque, a veces, con las lluvias, había problemas en los arroyos, pero jamás imaginaron lo que ocurriría. Pasada la medianoche, recuerda Guiberteau, fue la primera vez que se dio cuenta de que ese turno era distinto. Estaban en el puente sobre el Calamón de la avenida Salvador Allende (junto al Carrefour de la carretera de Valverde) cuando notaron que las juntas de dilatación de la plataforma se estaba abriendo. «Llamamos al jefe de servicio y se determinó cortar el tráfico. Avisamos a la grúa para que trajese vallas y acordonar la zona. En el momento en el que estábamos cerrando, el río creció muy rápido y finalmente superó la altura del puente».
La rápida crecida provocó que las unidades de la Policía Local se dividiesen. Unas quedaron fuera y otras dentro del Cerro de Reyes, atrapadas entre los arroyos. Fueron siete agentes, junto con la grúa municipal y una unidad de la Policía Nacional, que no tuvieron más comunicación con el exterior durante el resto de la noche. Estaban tan atrapados como los vecinos, pero lograron salvar muchas vidas.
El agua empezó a entrar en las viviendas. «Dejamos el puente y comenzamos a avisar a los vecinos para que saliesen de sus casas y refugiarlos en la parte alta del barrio, en la asociación de vecinos. Comenzó una odisea trágica. Casa por casa, calle por calle, empezando por las más cercanas al riachuelo, avisábamos a todos junto con otros vecinos que nos ayudaban».

En un momento de la noche, dos compañeros, recuerda Guiberteau, cogieron una barca hinchable que encontraron y se metieron en el río para rescatar gente. «Sacaron a una mujer que estuvo cinco horas metida dentro del agua. Pudieron ser arrastrados en cualquier momento. Corrieron un gran riesgo». Otros vecinos, revive este agente, se negaron a salir de sus viviendas. «Las personas mayores no querían irse. Su casa era lo único que tenían. Pensaban, además, que el agua no llegaría nunca a la segunda planta, pero sí llegó».
Los policías estuvieron atrapados dentro del Cerro hasta las 5 de la mañana sin emisora, sin teléfono y sin luz. No había protocolo. «Si un vecino pedía ayuda, íbamos. Si otro gritaba, corríamos». Fue una noche eterna que terminó a las seis y media de la mañana con la peor noticia posible, que había víctimas que se habían quedado debajo del agua. «Cuando llegamos a la jefatura estábamos exhaustos. Habíamos recorrido el Cerro de Reyes arriba y abajo toda la noche y ahí fue la primera noticia que tuvimos de que había una víctima y, como nosotros habíamos visto dónde había llegado el agua, nos fuimos a casa con la certeza de que había pasado algo más grave, de que había más fallecidos».
«Cuando llegas a tu casa, llegas mal. Tratas de no contar todos los días lo que ves porque entonces trasladas tu trabajo a casa, pero ese día sí que era necesario hablar», dice Guiberteau mientras se emociona. «Aún me afecta».